Pero la muerte se suicida si me hipnotizas con tus pupilas. Gritame con los ojos,que se van a humedecer de felicidad.

sábado, 31 de marzo de 2012

No hay principio sin final,


El corazón es uno de nuestros órganos vitales. Sin él ninguno de nosotros estaría vivo. Pues yo en este momento solo deseo que muera. Que sus latidos cesen. Cuando te dicen que vas a morir toda tu vida se convierte en una carrera continua, en listas de propósitos, cartas de despedida, lágrimas…
Cada paso que das se convierte a su vez en un paso menos, cada mañana en una mañana menos, cada noche en una noche menos, es una cadena de mases y menos, de vida y de muerte. Cuando aquella mañana de un 16 de Abril me senté frente al Doctor Oyola, cerré mis ojos y recé todas las oraciones que conocía, soñé y deseé salir de allí saltando, corriendo, gritando… Por desgracia todos mis deseos y mis esperanzas se desvanecieron. Cuando las palabras “cáncer” , “pulmón” y “meses” salieron de la boca de aquel hombre, mi corazón dio un vuelco dentro de mí. La rabia me dominó y el miedo se apoderó de todas y cada una de mis emociones, pero paradójicamente cuando salí de allí sonreía. Y es que el cáncer había conseguido lo que nadie había logrado nunca: Devolverme las ganas de vivir.
Salí de allí deseando correr, saltar, hacer puenting, aprender alemán, y un sinfín de cosas. El psicólogo del hospital me aconsejó redactar una lista con esas cosas que me gustaría hacer antes de ese fin que inevitablemente llegaría. Simplemente sonreí. La proximidad de la muerte te quita el miedo, la vergüenza, los temores hacia los: “¿y si…?”. El primer propósito que decidí escribir en mi lista fue: Visitar a Amanda y decirle que ha sido lo más bonito que ha pasado por mi vida. Total, ahora carecía de importancia con quién estuviera ella, o el tiempo que hacía que no nos veíamos, sentía la necesidad de que antes de irme, ella conociera la verdad. Así que a la mañana del día siguiente me dirigí hacia su casa. Cuando ella abrió la puerta no pude evitar derramar una lágrima, pero fingí una pequeña sonrisa, mientras ella sorprendida y a la vez emocionada me invitaba a entrar. Allí sentados en su sofá, con un café caliente en las manos le confesé todo, le dije que la amaba más que a mi propia vida, que sin ella había estado perdido, le pedí perdón por todos los errores que cometí, y la besé. Sí, la besé, y fue el mejor beso de toda mi vida.
Desde ese día las cosas cambiaron para mí. El mundo dejó de girar alrededor del sol, y comenzó a girar alrededor de Amanda. Si es que su nombre ya lo dice todo: Persona que puede ser amada. Cuando le conté que todo para mi se iba a acabar, os confieso que por primera vez me dolió. Me dolió pensar que no iba a poder envejecer a su lado, pensar que no podríamos tener hijos, casarnos, mandarlos al colegio, observar como crecen, ir a su boda, sentarnos en un balancín como los viejecitos de las películas de Hollywood… Era tanto lo que me iba a perder… Pero contra eso yo ya no podía luchar, lo único posible era aceptar que se acabaría todo. Adiós al aire, adiós al mar, a los árboles, a su voz, sus besos… Adiós a todo lo que un día me hizo feliz.
El segundo propósito que escribí fue: Viajar a Roma. Un fin de semana romántico con ella, el último.
Cuando aterrizamos le agarré la mano. No sé por qué, pero tenía la sensación de que el final cada vez estaba más cerca. Tuve miedo. La verdad es que los finales nunca me han gustado… Odio la sensación de que algo muere, o acaba para siempre, por eso nunca dejo que una canción termine del todo. Manías mías.
El caso es que al llegar fuimos corriendo a coger el autobús que nos conduciría a la famosa Fontana di Trevi, un lugar precioso, digno de ver. Pero la sensación fatídica que antes me había acompañado no se esfumara. Seguía ahí, más presente en cada paso. Decidí obviarla y hacer reír a Amanda, pasármelo bien y disfrutar de lo que pronto desaparecería. Vimos un montón de lugares preciosos, pero lo mejor sin duda era tenerla a mi lado. Al cabo del día nos fuimos a instalar definitivamente al hotel, antes de ir a acostarnos, cenamos en un lujoso restaurante y paseamos a la luz de la luna, como buenos enamorados. Al llegar al hotel comencé a sentirme mal, me quedaba sin aire a ratos, pero decidí no decirle nada a Amanda. Lo último que quería era que se preocupara y lo pasara mal. Pero, por otra parte vi que había llegado el momento de escribir una pequeña carta, para que cuando llegara el momento supiera y recordara todo lo que la amaba.
“Querida Amanda:
Sé que toda esta situación ha sido muy difícil para ti, pero ya ha acabado todo. No tengas miedo, porque esté dónde esté da por sentado que estaré cuidándote. Con esto solo quería que supieras lo mucho que te amo, lo tan feliz que me has hecho, y sobretodo tengo que darte las gracias por todo, por haber estado a mi lado, por haberme echo feliz, por haberme amado… Nunca olvides que esté dónde esté te estaré amando como cada día pasado, y tampoco olvides que mi vida eras y siempre serás tú.
Te amo. Álex.”

Después de haberla escrito la guardé bajo la almohada. Sabía que no habría un día siguiente, y finalmente no me equivoqué. Aproveché esa noche para besarla, repetirle una y mil veces que la amaba y que era lo mejor, y cuando ella calló dormida la observé casi toda la noche. Quería conservar su recuerdo. Pero al final, cuando el sol comenzaba a salir y a reflejarse por la ventana, algo me dijo que el final había llegado. Mis pulmones murieron, y con ellos mi corazón dejó de latir. Lo mejor del final es girarse y ver todo lo que se ha recorrido. Observar los tropiezos, las caídas y sobre todo los buenos momentos. Lo mejor del final es darse cuenta quién ha estado ahí, a tu lado, es mirar con otros ojos a los problemas, admirar a tus enemigos y sonreír, porque se ha vivido.

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