Pero la muerte se suicida si me hipnotizas con tus pupilas. Gritame con los ojos,que se van a humedecer de felicidad.

martes, 14 de agosto de 2012

polvo serán, más polvo enamorado


Aquí estoy, frente a una casa vacía materialemente, pero cargada de recuerdos y sentimientos, la casa de Amanda. La casa dónde algún día fui feliz, dónde descubrí lo que era eso que llaman “felicidad”. Abro la puerta con miedo, no sé lo que me voy a encontrar. La puerta cede fácilmente al girar la llave. Está completamente vacía. La cocina situada a la derecha, solo tiene las estanterías, y poco más, los aparatos eléctricos se los habrá llevado la familia, supongo. Entro despacio, temblando, me siento en el suelo. Quizá acostarme sería lo mejor. Lo hago. Dejo que mi piel roce el suelo, dónde meses antes le hacía el amor a la mujer de mi vida. Mi mano acaricia los azulejos y por un instante el frío se agarra a mis venas y consigue recordarme la frialdad con la que Amanda me sonreía al final de todo. Una frialdad tan helada, tan dolorosa, que tan solo recordarla duele más que mil puñales. Me levanto despacio, me siento un poco agobiado y la cabeza me da vueltas constantemente. Salgo de la cocina como si pensara que aquello iba a aliviar algo. Giro la cabeza hacia la izquierda, allí se supone que está el salón. Un salón vacío, donde antes había sofás, cuadros, muebles, un televisor antiguo, libros, cd’s , y un sinfín de fotografías que seguramente la familia de Amanda se encargó de quemar. De nuevo el sentimiento de desvanecimiento regresa, y por un segundo siento que todo me empieza a dar vueltas. Me remonto al verano pasado y me veo sentado con Amanda sobre mi, abrazandome y besandome. Y no exagero si os digo que jamás he provado unos labios como los suyos, ni unos abrazos tan cargados de sentimiento. En tan solo medio segundo vuelvo en mi. Salgo del salón y subo las escaleras lentamente, recordando cada noche en la cuál la subía en brazos cuando caía rendida en el sofá, o cuando mi lado romántico salía a la luz. Llego al piso de arriba, y a la derecha está una pequeña habitación pintada de rosa. Esa habitación provoca un estremecimiento dentro de mi. ¿Qué pasaría si Amanda no hubiera muerto? Tantas veces habíamos soñado con tener hijos, una hija. Y ahora, allí está, vacía. Todo lo que soñé, todo lo que esperé, todo lo que deseé, resumido en cuatro paredes. Necesito salir de allí. Continúo andando hacia justo al lado de esa habitación. Hay un armario con un espejo enorme situado a la derecha de donde antes había una cama de matrimonio. Me acerco hacia la ventana y contemplo el jardín, ahora lleno de hierbajos y matorrales del tamaño de quién sabe qué. Me acerco a dónde debería estar la cama, y acaricio el cabecero que todavía queda. Recuerdo las innumerables noches que pasé a su lado, los abrazos, los besos, los “buenas noches, amor mío” , todos y cada uno de los besos al acostarnos y al despertarnos… Ahí es cuando mi mente dice: PARA. Necesito parar. Me desvanezco, me caigo al suelo. Desde allí recuerdo cuando ella me abrazaba en mitad de la noche y me decía cuando pensaba que yo ya estaba dormido algo como: “Jamás pensé que llegarías, pero no te vayas… no te vayas por favor…” , o un simple pero tan completo “Te amo”. Y mi mente no puede, y mi corazón desea salir de mi cuerpo, y las lágrimas resvalan y todo a mi alrededor da vueltas constantes. No puedo hacer nada para evitarlo. Salgo corriendo de allí y entro en el baño, impecable. Nadie había tocado nada. Todo en su sitio, el maquillaje de Amanda, los cepillos de dientes, los champús, las toallas, pero yo no consigo pensar. Solo tengo su imagen en mi cabeza, y la última vez que la vi con vida, la última sonrisa que me dedicó. Necesito huír de los recuerdos, de la vida, de todos. En casi un último intento agarro unas tijeras, las llevo hacia la muñeca sin pensarlo ni tan si quiera una vez, lo siguiente que recuerdo es mucha sangre, y que me desvanecí. Allí dónde todo empezó, todo acabó. Allí dónde todo era vida, fue muerte. Allí dónde amé vivir, amé morir. 


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